La escuela

Huyendo de las nubes cruzamos la rasa costera occidental y recalamos en Tapia. Un hermoso día para disfrutar aún sin los agobios de la masificación turística que abarrota estas maravillosas calas tapiegas en el mes de agosto. Baño fresco. El mar no caldea aún sus aguas y hace a uno pensarse seriamente lo del chapuzón de primera hora de la tarde.

Escuela abandonada de Penzol. Castropol, 11 de julio de 2015. © Miki López

Escuela abandonada de Penzol. Castropol, 11 de julio de 2015. © Miki López


Mis peques no tienen esas dudas. Iyán y Nel vuelan sobre las tranquilas aguas de la antigua cetarea hoy convertida en piscina natural, zambulléndose de lleno en la frescura del Cantábrico. Hiriendo mi orgullo les sigo en su gélida aventura. Elsa nos mira desde la toalla. No sopla ni una brisa y el sol brilla fuerte en lo más alto. Ni con la protección solar 50+ soy capaz de aguantar más de 15 minutos sin ponerme la camiseta por encima. Convenciendo a la familia decidimos acercarnos a media tarde a la maravillosa cascada de Cioyo.
Aula de la escuela abandonada de Penzol. Castropol, 11 de julio de 2015. © Miki López

Aula de la escuela abandonada de Penzol. Castropol, 11 de julio de 2015. © Miki López


Aparcamos el coche junto a la escuela abandonada de Penzol, en el concejo de Castropol. La curiosidad nos hizo cruzar el umbral de la antigua
clase. Un viejo encerado de pizarra, aun pintarrajeado con monigotes, sumas y frases, llevan a mi imaginación las risas de los crìos que jugaban en el pequeño patio, hoy cubierto de maleza, y que entraban corriendo al aula con la llamada de su maestra. Se hacía tarde y decidimos bajar hasta la cascada. Por la empinada pendiente bordeada de cordajes, seguía pensando en la vieja escuela, en la pena tan grande que da ver el abandono de la zona rural asturiana condenada al envejecimiento y posiblemente a la desaparición. Las heladas aguas de Cioyo me despertaron el ánimo pero al volver a la carretera invité a mis peques a convertirse otra vez en los alumnos de la vieja escuela. Apreté el disparador de la cámara mientras los críos leían las palabras escritas en la pizarra. Salimos. Y volvió el silencio del abandono.